viernes, 9 de septiembre de 2022

NO HAY ADVERSARIO PEQUEÑO.

 


Ayer fui a ver jugar a mi nieta el primer partido de la temporada, desde que la vi en la cancha con sus tenis más luminosos que los del resto del equipo me embargó una emoción desproporcional que no le permitió descanso a mis lagrimales. Lloré todo el partido y me sorprendí apenada y justificando mis lágrimas. Todo fue muy emotivo, sólo se escuchaba su nombre, hasta el entrenador del equipo contrario mencionaba con frecuencia su nombre y su número alertando a sus jugadoras del Peligro que revestia la delantera del otro equipo, es decir, mi Samantha.
Dos mujeres de mayor estatura que ella la marcaban todo el tiempo hasta que ocurrió lo que tenía que ocurrir, que la lanzaron al piso y la lastimaron, la vi llorando y supe que era su ego el que lloraba, la sacaron de la cancha durante 5 eternos minutos y cuando regresó utilizó su coraje para hacer el primer gol de la tarde. Y ganaron, contra todo pronóstico su estatura baja consiguió lo que las de estatura alta no pudieron. No hay adversario pequeño.